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Nuestra Señora del Carmen

Padre Angelo Ferraro

viernes, 17 de abril de 2015

ROMA, 17 de abril de 2015 – El primer y verdadero "casus belli" que ha roto el hechizo de un pontificado hasta ayer sólo reverenciado y alabado explotó a causa de una masacre de hace un siglo, que el Papa tuvo la audacia de llamar por su nombre - el nombre tabú de "genocidio" -, y de equipararla a todos los otros aniquilamientos sistemáticos, programados, de pueblos y de religiones que han signado el siglo XX y también ahora el siglo presente.

Es difícil negar que esto marca un punto de inflexión en el pontificado. Porque sólo hace pocos meses, a fines de noviembre, Francisco estuvo en Turquía y no habló una sola palabra de los armenios.

A quien le preguntó por el motivo de ello él respondió que le importaban más los pequeños pasos, como el dado un año antes por el presidente Recep Tayyip Erdogan con una carta suya de condolencia. En realidad esa carta, negacionismo puro detrás de un poco de humo, no había consolado en absoluto a los armenios, más bien los había amargado más todavía. 

Pero sobre el genocidio Erdogan le había pedido al Papa que callara, y Francisco respetó el pedido.

La diplomacia vaticana respiró aliviada. En el fondo, son apenas una veintena de países en el mundo los que explícitamente llaman genocidio al exterminio de los armenios cristianos. Lo hacen con todas las cautelas del caso, para no irritar a un aliado, real o potencial, por el que se preocupan demasiado. 

Pero cuando en su agenda el papa Francisco asignó al domingo después de Pascua del 2015 conmemorar en San Pedro los cien años de la masacre de los armenios, estaba escrito que había cambiado el paso. 

¿Cómo habría podido Francisco decir menos de lo que habían dicho sus predecesores?

Porque ya el 9 de noviembre del 2000 Juan Pablo II había definido a esa tragedia como genocidio, y luego también el 27 de setiembre de 2001, en dos declaraciones solemnes suscritas junto al "Catholicós" Karekin II, la primera en Roma y la segunda en la capital de Armenia, adonde había llegado mientras el mundo estaba trastornado por el derrumbe de las Torres Gemelas.

No sólo eso, en ese viaje el papa Karol Wojtyla visitó el memorial del exterminio, y pronunció una sentida oración en la que lo llamaba como lo llaman los armenios: "Metz Yeghérn", el gran mal.

También en ese entonces éstas eran palabras tabúes, pero las autoridades turcas reaccionaron en forma moderada. Todavía no había subido Erdogan al poder, con su neo-islamismo combativo, y estaba en su apogeo el interés de Turquía por su ingreso a la comunidad europea, para lo cual el caso armenio se presentaba como un obstáculo.

También Benedicto XVI, al recibir el 20 de marzo de 2006 al patriarca de los armenios católicos, evocó el "Metz Yeghérn" sin suscitar reacciones, que por el contrario explotaron estruendosamente contra él pocos meses después, cuando en Ratisbona puso de manifiesto las raíces violentas de la religión musulmana.

El domingo pasado el papa Francisco podía decir lo mínimo, pero por el contrario – esto es lo novedoso – fue más allá,  mucho más allá.

No sólo puso al genocidio de los armenios encabezando los otros genocidios del último siglo, sino que los detalló uno por uno, hasta los que se llevan a cabo también hoy y que dañan a tantos "perseguidos, exiliados, asesinados, decapitados por el solo hecho de ser cristianos", ya sean católicos y ortodoxos, siríacos, asirios, caldeos, griegos. Como hace cien años, dijo, "parece que la humanidad no logra cesar de derramar sangre inocente".

Virulentas fueron las reacciones turcas, elusivas las cancillerías occidentales. Para Francisco se terminó la tranquilidad. 

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