Después de la Semana Santa
pasada, es conveniente hablar del verdadero protagonista de todos los acontecimientos
misteriosos e religiosos: Jesús Cristo!
Lo mio, y lo de tantos como yo, no obedece, tu lo sabes, a una simple
curiosidad, ni tan siquiera a la ignorancia o la duda. Yo te conozco, Senor, y
te amo a mi manera. Sé, por tu grada, quién eres tu. Deseo, no obstante, oirlo
de tus propios labios, abrir los oidos y el corazón a tu palabra direcfa,
hablandome de ti mismo en primera persona del singular.
No, Jesus; no es que yo pretenda forzarte a que te me aparezcas de carne y
hueso y te autopresentes a mi como a la samaritana, o a la Magdalena.
Tampoco es que yo te lo impida. Qué mas quisiera uno! Pero, hoy por hoy,
nos basta, a mi y a miles de pobres como yo, con que hagas resonar tus
palabras de entonces en nuestro corazón, tal y corno las recogen los
evangelistas. Y no necesariamente todas; basta con las que quepan en està
oración apresurada, con tal que hagas resonar, con tu timbre propio, en el
hondón de mi alma, las que ahora recojo de tu Evangelio. Habla, Senor, que tu
siervo escucha. (1 Sm. 3,9).
Ya sé, Senor, que asf, a la letra, no te expresaste tu en ningun momento. Fue por pudor y elegancia, por pedagogia de la fe, por dejarnos a nosotros el
mèrito de proclamar tu identidad y el gozo de descubrirla? Me inclino por lo
ùltimo. Fuiste tu quien preguntaste: ^Quién dicen los hombres que soy yo? Y
Pedro contestò estremecido: Tu eres el Mesias, el Hijo de Dios vivo. Llamàndote
Mesias o Cristo, El te daba el titulo maximo que podia aplicar un judeo a otra
persona. Al proclamarte Hijo de Dios, daba un salto hacia arriba, escalando el
ambito sagrado de la fe. Te obligaba a pronunciarte a ti mismo.
Y lo hiciste, no ya con tu propia autoridad, sino remontàndote mas alto. -
Eso, Pedro, te lo ha revelado el Padre. Palabras éstas, conservadas por san
Mateo (16,17), a las que debo anadir aquellas otras, transcritas de tus labios
del mismo evangelista: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre y quien el
Padre se lo quiera revelar” (Mt 11,27).
Puesto que yo creo en ti, Senor Jesus, es que he tenido esa suerte. Como
Marta, hermana de Lazaro, al preguntarle tu si creia en tu poder de resucitar.
- Si, Senor, contestò ella; "yo creo que tu eres el Mesias, el Hijo de Dios que ha venido a
este mundo" ( Jn. 11,27). Mas librarne, Senor, de reaccionar corno el
Sanedrin de los judios, cuando, en la noche de Pasión, el Pontifice te conjuró
por el Dios vivo: - Dinos si tu eres el Mesias, el Hijo de Dios;
y tu contestaste sereno e impàvido:
"Tu Io has dicho". E1 se rasgó las vestiduras y los demàs te
escarnecieron y te empujaron a morir.
Tuyas también serian después estas palabras: "Perdónalos, Padre,
porque no saben Io que hacen"
(Le. 23,34).
Y el Hijo del Hombre
Està expresión si que es tuya, Senor. Diriase que fue tu nombre preferido,
eso si que dicho en tercera persona. El Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido, el Hijo del Hombre tiene que padecer, el Hijo del Hombre vendrà con
gloria, y tantas veces asi. Incluso, es curioso, en una ocasión en la que
pediste a un hombre, el ciego de nacimiento recién curado por ti, una profesión
de fe, en este diàlogo:
-"^Crees en el Hijo del Hombre ?
-^Quién es, Senor, para que crea en El?
-Lo estas viendo; soy yo, el que habla contigo.
-Creo, Senor. Y se postró ante El!
Misterioso, y a un tiempo consolador y confortante, este mote, autoimpuesto
por ti, de resonancias biblicas que saldria en el Apocalipsis, pero que sólo
està, como tal, en los Evangelios y siempre en tu boca.
^Cómo no ver en el un subrayado a tu santa humanidad, a tu papel redentor
del gènero humano?Hombre por los cuatro costados, ejemplar supremo de nuestra
especie, aquel solo por quien el hombre pude descubrir su propio misterio.
Dijiste al ciego curado: "Lo estàs viendo, soy yo, el que habla
contigo". Déjame pedirte que yo vea, que vean todos, en Jesus de Nazaret,
en el Hijo del Hombre, en ti, al Hijo de Dios.
Recojo estos hermosos monosilabos que tu usaste, Senor mio, para nombrarte
y explicarte a ti mismo, ante los que te escuchaban, entonces, y ante nosotros
ahora. Lo de la luz es una constante de las santas Escrituras para refrirse a
ti: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande" (Is.
9,1).
A ti como Verbo encarnado, atribuye el Pròlogo del Evangelio de Juan estas
palabras transcendentales: "El era la luz verdadera que, viniendo al
mundo, ilumina a todo hombre" (Jn.
1,9). Tu lo confirmarias después, ahora si en primera persona: "Yo soy
la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrà la luz
de la vida" (Ibid. 8,12). La luz, elemento primario y totalizante del
Cosmos, de la vida, del paisaje exterior e interior del gènero humano, dice màs
corno simbolo, en tres letras, que diez volumenes de explicaciones. Ella lo
expresa todo. No hay que explicarla a ella. Hay hombres, empero, que optan por
las tinieblas, que sienten el vértigo del vacio. Abre sus ojos, Senor; y, de
paso, los mios, un poco màs.
La vid. Algo infinitamente màs reducido, del gènero menor, pero entranable
para nosotros, para nuestra cultura familiar y mediterrànea. Mas, ;qué bien lo
entendemos! La parra, en todas sus especies, la de los vinedos.
"Tu Io has dicho". E1 se rasgó las vestiduras y los demàs te
escarnecieron y te empujaron a morir.
Tuyas también serian después estas palabras: "Perdónalos, Padre,
porque no saben Io que hacen"
(Le. 23,34).
Y el Hijo del Hombre
Està expresión si que es tuya, Senor. Diriase que fue tu nombre preferido,
eso si que dicho en tercera persona. El Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido, el Hijo del Hombre tiene que padecer, el Hijo del Hombre vendrà con
gloria, y tantas veces asi. Incluso, es curioso, en una ocasión en la que
pediste a un hombre, el ciego de nacimiento recién curado por ti, una profesión
de fe, sostuvfsteis este diàlogo:
-"^Crees en el Hijo del Hombre ?
-^Quién es, Senor, para que crea en El?
-Lo estas viendo; soy yo, el que habla contigo.
-Creo, Senor. Y se postró ante El!
Misterioso, y a un tiempo consolador y confortante, este mote, autoimpuesto
por ti, de resonancias biblicas que saldria en el Apocalipsis, pero que sólo
està, como tal, en los Evangelios y siempre en tu boca.
^Cómo no ver en el un subrayado a tu santa humanidad, a tu papel redentor
del gènero humano?Hombre por los cuatro costados, ejemplar supremo de nuestra
especie, aquel solo por quien el hombre pude descubrir su propio misterio.
Dijiste al ciego curado: "Lo estàs viendo, soy yo, el que habla
contigo". Déjame pedirte que yo vea, que vean todos, en Jesus de Nazaret,
en el Hijo del Hombre, en ti, al Hijo de Dios.
La luz, la vid y el pan
Recojo estos hermosos monosilabos que tu usaste, Senor mio, para nombrarte
y explicarte a ti mismo, ante los que te escuchaban, entonces, y ante nosotros
ahora. Lo de la luz es una constante de las santas Escrituras para refrirse a
ti: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande" (Is.
9,1).
A ti como Verbo encarnado, atribuye el Pròlogo del Evangelio de Juan estas
palabras transcendentales: "El era la luz verdadera que, viniendo al
mundo, ilumina a todo hombre" (Jn.
1,9). Tu lo confirmarias después, ahora si en primera persona: "Yo soy
la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrà la luz
de la vida" (Ibid. 8,12). La luz, elemento primario y totalizante del
Cosmos, de la vida, del paisaje exterior e interior del gènero humano, dice màs
como simbolo, en tres letras, que diez volumenes de explicaciones. Ella lo
expresa todo. No hay que explicarla a ella. Hay hombres, empero, que optan por
las tinieblas, que sienten el vértigo del vacio. Abre sus ojos, Senor; y, de
paso, los mios, un poco màs.
La vid. Algo infinitamente màs reducido, del gènero menor, pero entranable
para nosotros, para nuestra cultura familiar y mediterrànea. Mas, ;qué bien lo
entendemos! De acuerdo, Senor. Ya lo sé
por experiencia. ;Haz conmigo de las tuyas!.
"Yo soy el pan de vida". Del pan eucaristico nos hablan Ios tres
Evangelios sinópticos en la narración de la Cena pascual, mientras que san Juan lo hace en su
Discurso del Pan de vida, capitulo 5 de su Evangelio. Finalmente san Pablo, en
su Primera-corintios (11.17-31) completarà el misterio con el cuadro, en
claroscuro, de las Eucaristias primitivas. ;Qué mesa tan abundante, Senor! Pero
estamos hablando de ti y te dejo la palabra: "Yo soy el pan de vida; el
que come de este pan vivirà para siempre... y el pan que yo daré es mi carne,
para la vida del mundo" (Jn. 6,51).
Palabras de oro puro, de infinitos quilates, dentro de un discurso
eucaristico refulgente todo El. Jesus eucaristico es el Cristo glorioso,
presente en el Sacrificio, en el Sacramento, en el Banquete, en el Sagrario,
desde la noche aquella del Cenàculo, hasta que bebamos juntos contigo del zumo
de la vid, en el Reino del Padre (Cfr. Mt. 26,29).

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