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Nuestra Señora del Carmen

Padre Angelo Ferraro

lunes, 28 de octubre de 2013

JOSÉ GREGORIO A LA DIESTRA DEL PADRE.

N:B: Publicamos un interesante articulo de Antonio Ricoveri que salió en el periódico "El Tiempo" sábado 26 de octubre de 2013. No entiendo el "porque" del retraso a nombrarlo Santo. Para mi es Santo y me basta por imvocarlo
por mi salud:

Disímiles temas tenía pa­ra este sábado, pues un día como hoy, pero del año 1965, Los Beatles re­cibieron en el Palacio de Buckingham la “Orden del Im­perio Británico” por su contri­bución a la música de su país. También hoy se celebra en Sonora, México, el día de “El Zorro” en honor a Joaquín Murrieta, quien debido a sus andanzas por la Alta California, dio origen a la leyenda del espadachín enmascarado (¡Porque El Zorro existió aprecia­do lector!). Pero no podía dejar por fuera que un 26 de octubre, pero de 1864, nació en Isnotú, estado Tru­jillo, un “santo varón”, un hombre bueno (entendiendo por “bueno” la máxima virtud humana de aquellos que hacen el bien sin mirar a quien), y que ha tras­cendido hasta nuestros días no como el científico excelso que en vida fue, sino como figura santoral y caritativa que lo ha llevado in­cluso a ser venerado en altares y monumentos diversos (por cierto fue resolución del Vaticano con­siderarlo como “venerable”). Me refiero al doctor José Gregorio Hernández.
Pero no hablaré ni de sus ac­ciones, ni de su conducta cristiana, que lo convirtieron en la figura más resaltante del siglo XX ve­nezolano. Hoy quiero referirme a su otra faceta, la científica (porque muy pocos habrían podido com­binar una actividad de médico, docente e investigador, con la más profunda caridad y actitud de ser­vicio a todos, especialmente a los más pobres). Pocos saben, por ejemplo, que el Dr. Hernández se preparó a profundidad en micro­biología, histología, patología, fi­siología experimental y bacterio­logía. Tuvo el honor de haber traí­do al país el primer microscopio, dio a conocer la teoría celular de Virchow, la estructura misma de la célula y los procesos embriona­rios. Fue quien calculó la cantidad de los glóbulos sanguíneos, el que coloreó los microbios, el que rea­lizó las primeras disecciones. En
pocas palabras modernizó la me­dicina nacional.
¿Sabía usted amigo lector que también fue políglota? es decir, que llegó a dominar varios idiomas, entre ellos alemán, inglés, francés, italiano, griego y latín. ¿Sabía us­ted acaso que fue versado músico y que antes de pasar consulta se le podía escuchar interpretando her­mosos valses y pasajes en violín o piano? Por cierto, uno de sus fa­voritos fue una pieza venezolana de origen anónimo, muy antigua, llamada “Fulgida Lima” (Fulgida: resplandeciente) que decía: “Ful­gida luna, del mes de enero, raudal inmenso de eterna luz, a la in­sensible mujer que quiero, llévale tiernos mensajes tú...”
Y con certeza podemos asegurar que el Dr. Hernández fue el má­ximo representante de la filiatría, es decir, de la medicina desin­teresada, pues su único interés era precisamente curar a los enfer­mos.
De este “santo varón” se cuenta, por ejemplo, que en cierta ocasión al abrir un nuevo curso de his­tología normal, solicitó al alum­nado su nombre y apellido, pero alguien se inscribió dando solo su apellido, a lo que Hernández ri- postó:
-¿Es usted por ventura un Pasteur? ¿Un Miranda? ¿Un Bolívar acaso? Por que sólo a los grandes hombres se les conoce por el apellido.
En cierta oportunidad el Dr. Hernández le preguntó a cierto alumno desaplicado y flojo:
-¿Cuál es su profesión?
-¡Soy estudiante!- dijo el joven.
-¿Y por qué no la ejerce? Re­prendió el andino.
Era cosa milagrosa, referiría el fundador de los estudios embrio­lógicos, el francés Mathías Duval: “Que en tan diminuto cuerpo se albergara tanta sapiencia”.
Pero más milagroso era aún que en un mismo cuerpo se encon­trasen un cerebro a toda luz y un corazón siempre abierto a todo aquel que lo necesitara. Eso es hermoso.
Así de simple.


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