por mi salud:
Disímiles
temas tenía para este sábado, pues un día como hoy, pero del año 1965, Los
Beatles recibieron en el Palacio de Buckingham la “Orden del Imperio
Británico” por su contribución a la música de su país. También hoy se celebra
en Sonora, México, el día de “El Zorro” en honor a Joaquín Murrieta, quien debido a sus andanzas por la Alta California ,
dio origen a la leyenda del espadachín enmascarado (¡Porque El Zorro existió
apreciado lector!). Pero no podía dejar por fuera que un 26 de octubre, pero
de 1864, nació en Isnotú, estado Trujillo, un “santo varón”, un
hombre bueno (entendiendo por “bueno” la máxima virtud humana de aquellos que
hacen el bien sin mirar a quien), y que ha trascendido hasta nuestros días no
como el científico excelso que en vida fue, sino como figura santoral y
caritativa que lo ha llevado incluso a ser venerado en altares y monumentos
diversos (por cierto fue resolución del Vaticano considerarlo como
“venerable”). Me refiero al doctor José Gregorio Hernández.
Pero
no hablaré ni de sus acciones, ni de su conducta cristiana, que lo
convirtieron en la figura más resaltante del siglo XX venezolano. Hoy quiero
referirme a su otra faceta, la científica (porque muy pocos habrían podido combinar
una actividad de médico, docente e investigador, con la más profunda caridad y
actitud de servicio a todos, especialmente a los más pobres). Pocos saben, por
ejemplo, que el Dr. Hernández se preparó a profundidad en microbiología,
histología, patología, fisiología experimental y bacteriología. Tuvo el honor
de haber traído al país el primer microscopio, dio a conocer la teoría celular
de Virchow, la estructura misma de la célula y los procesos embrionarios. Fue
quien calculó la cantidad de los glóbulos sanguíneos, el que coloreó los
microbios, el que realizó las primeras disecciones. En
pocas
palabras modernizó la medicina nacional.
¿Sabía
usted amigo lector que también fue políglota? es decir, que llegó a dominar
varios idiomas, entre ellos alemán, inglés, francés, italiano, griego y latín.
¿Sabía usted acaso que fue versado músico y que antes de pasar consulta se le
podía escuchar interpretando hermosos valses y pasajes en violín o piano? Por
cierto, uno de sus favoritos fue una pieza venezolana de origen anónimo, muy
antigua, llamada “Fulgida Lima” (Fulgida: resplandeciente) que decía: “Fulgida
luna, del mes de enero, raudal inmenso de eterna luz, a la insensible mujer
que quiero, llévale tiernos mensajes tú...”
Y
con certeza podemos asegurar que el Dr. Hernández fue el máximo representante
de la filiatría, es decir, de la medicina desinteresada, pues su único interés
era precisamente curar a los enfermos.
De
este “santo varón” se cuenta, por ejemplo, que en cierta ocasión al abrir un
nuevo curso de histología normal, solicitó al alumnado su nombre y apellido,
pero alguien se inscribió dando solo su apellido, a lo que Hernández ri- postó:
-¿Es
usted por ventura un Pasteur? ¿Un Miranda? ¿Un Bolívar acaso? Por que sólo a
los grandes hombres se les conoce por el apellido.
En
cierta oportunidad el Dr. Hernández le preguntó a cierto alumno desaplicado y
flojo:
-¿Cuál
es su profesión?
-¡Soy
estudiante!- dijo el joven.
-¿Y
por qué no la ejerce? Reprendió el andino.
Era
cosa milagrosa, referiría el fundador de los estudios embriológicos, el
francés Mathías Duval: “Que en tan diminuto cuerpo se albergara tanta
sapiencia”.
Pero
más milagroso era aún que en un mismo cuerpo se encontrasen un cerebro a toda
luz y un corazón siempre abierto a todo aquel que lo necesitara. Eso es
hermoso.
Así
de simple.
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