En sus palabras previas al rezo del Ángelus desde el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, el Papa Francisco animó a ser “misericordiosos” tal y como recuerda “la famosa parábola del buen samaritanos”
“¿Quién
era este hombre? –cuestionó el Papa-. Era uno cualquiera, que descendía de
Jerusalén hacia Jericó por el camino que cruzaba el desierto de Judea. Hacía
poco, por ese camino, un hombre había sido asaltado por los delincuentes,
robado, pegado y abandonado casi muerto. Antes del samaritano habían pasado un
sacerdote y un levita, es decir, dos personas responsables del culto en el
Templo del Señor. Vieron a aquel pobrecillo, pero pasaron sin detenerse. En
cambio, el samaritano, cuando vio aquel hombre, tuvo
compasión”. El Papa
señaló que el buen samaritano se acercó al hombre, “le vendó las heridas,
cubriéndolas con aceite y vino; y luego lo puso sobre su propia montura, lo
condujo a un albergue y pagó por él. En definitiva, se hizo cargo de él como ejemplo del
amor por el prójimo”.Francisco explicó que Jesús
escogió a un samaritano como protagonista de esta parábola “porque en aquellos
tiempos los samaritanos eran despreciados por los Judíos, a causa de diversas
tradiciones religiosas”. Sin embargo “Jesús hizo ver que el corazón de aquel samaritano era
bueno y generoso y
que – a diferencia del sacerdote y del levita- él pone en práctica la voluntad
de Dios , que quiere misericordia y no sacrificios”, subrayó.

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